Tramposos, yo os maldigo

No sabría decir si por cortesía profesional o porque percibió que algo no iba bien, pero lo cierto es que llegados a ese punto de Luz Ardiden, Greg Lemond acerca su bicicleta a la de Pedro Delgado y le pregunta como va. Cuenta la leyenda que Perico apenas puede dirigir su vista hacia el americano y mucho menos contestar, por lo que su rival encuentra la respuesta en su silencio.

Así que Lemond no se lo piensa dos veces y ante el asombro del mundo, y por primera vez, deja de chupar rueda para lanzar un ataque en busca de tu tercer Tour de Francia. Lo conseguiría, no así la etapa, porque tras su estela la silueta de alguien muy grande montado en una bicicleta ha permanecido con él, y con aparente calma le doblega para entrar sólo en meta sin más demostración de euforia que... girar la mano. Se llama Miguel Indurain y acaba de cambiar la historia para siempre.

Ciclismo era levantarnos del sillón gritando "Vamos!", cuando Pedro Delgado se levantaba del sillín. Ciclismo era tener la certeza de que los puntos de la montaña en la Vuelta eran para Laguía, elegir si te caía mejor Fignon o Lemond, o escuchar a alguien decir "este año Indurain no gana", con bastante poco acierto. Hasta que lo estropearon...

Porque hoy, ciclismo es para mi seguir zapeando. En la década de los noventa comenzó el carrusel de escándalos relacionados con el doping, y aunque el cuerpo puede soportar una torta, dos, tres, cuatro, cinco tortas..., llega un momento en que te caes y te rindes.

Vosotros, tramposos, me arrebatasteis la ilusión de situarme frente a la tele a las diez de la mañana y no hacer planes hasta las seis. Vosotros, tramposos, me robasteis el deseo de coleccionar los cromos del Kelme o del Reynolds. Por vosotros, el ciclismo dejó de ser la bella agonía de un hombre que no puede mover las pestañas y mueve las piernas, para convertirse en esa palabra que, cuando la veo, paso de largo. Y ahora pretendéis destruir el atletismo.

No es ahora, ni es el atletismo. Es hace tiempo y en todas partes, pero cuando hace más ruido es cuando más daño hace, porque la palabra dopaje posee una onda expansiva que con sólo susurrarla es devastadora. Sin embargo esta vez, tramposo, creo que habéis pinchado en hueso, porque un atleta es un atleta  y se define así mismo.

La inmensa mayoría de ellos lo es por una única razón: la superación personal, por lo que vuestra mierda aquí no sirve. O sí, porque a diferencia de otros perfiles el atleta sí habla, sí se moja, sí patalea, y no perdona a quien compra, vende, pero sobre todo consume aquello que puede destruir toda una vida de sacrificios, y además te deja cara de gilipollas; si nos la deja a quienes miramos, no quiero pensar a los de ahí abajo.

Aquí no hay conspiración del miedo que valga, tramposos, y el hermetismo lo ponen los políticos, no los deportistas. Todos los atletas de bien tienen el dedo acusador listo para señalar a los que llegan a la línea de meta, cuando no les toca.

Eso creo y quiero seguir creyendo, pero no quiero que llegue nunca el día que pase de lago el atletismo en el periódico. Lo que quiero leer son sus nombres, porque por cada uno que cae es una victoria para el deporte, y estos días quien ha confesado ha sido Mohamed Marhoum. En su carta, al menos, admite que se equivoca, algo inédito y que seguramente tenga que ver, como diría el poeta, con que una vez fue atleta.

Aburridos de que echen la culpa a la comida, al médico, al resfriado, a la capa de ozono, a la superpoblación de conejos y a cualquier cosa que nos retrate con cara de tontos, por lo menos no se ha escondido y pillar, pillan a todos.

No me vale, le ha faltado la palabra mágica, "perdón", y una carta está muy lejos de paliar el daño. No le volvería a animar en una pista jamás, pero se agradece en un país en el que mientras te están robando, te están contando que todo va bien.


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