Mis variaciones sobre Don Giovanni, de Mozart
Don Giovanni es la
obra de Mozart que más invita a detenerse, y mirar más allá. La música traspasa
fronteras invisibles, cierta música recela de dichas fronteras pero esta ópera,
además, baja del azul celestial a la tierra para que sintamos, como hombres
y mujeres, algo que no parece concebido por uno de los nuestros.
Lo primero que hay que decir es que el libreto de Lorenzo da Ponte, y que esta nota sólo es una fantasía mía sobre lo que yo creo que vio Mozart en el texto. O, tal vez, el de Salzburgo vio una ocasión de oro y aprovechó el libreto para, con su música, dar forma a todo aquello que siempre quiso contar, y hasta ese momento no pudo. Quién más podría haber hecho tan suyas unas palabras.
Y es que los "protas" del Don Juan mozartiano no son seres inmortales, ni gloriosos mitos que no
envejecen: son personas, con sus historias de personas y su rutina, y desde lo cotidiano de sus vidas somos capaces de ver el alma de los personajes y entender qué pensaba, qué sentía, y sobre todo, qué quería que nosotros
supiéramos, Wolfgang Amadeus Mozart.
Existen muchas
controversias respecto a la vida y sobre todo al pensamiento del compositor y, sin
embargo, pocas dudas en cuanto a su modo de componer: con más improvisación que
reflexión, sin mirar atrás y, sin tener que mirar atrás, que es realmente la diferencia
entre un genio, y un genio irrepetible. Sin embargo, Don Giovanni no pudo ser
concebida en una, dos, o tres tardes vienesas, porque a diferencia de sus otras más
de seiscientas obras, Mozart siente la necesidad de comunicar algo. ¿A quién?
He leído a su padre, difunto, al público al que se debía, a otros músicos como
muestra de su universalidad... Yo creo que que con su Don Juan Mozart quiere
inmortalizarse, y dejar en la eternidad de un modo irrevocable qué sentía, por
qué sufría, pero sobre todo, quién era, quién quería ser y a quién detestaba;
la mayor guerra de su tiempo fue la que tuvo lugar en sus entrañas, y en su
cabeza, causa de su comportamiento y vacilaciones sobre todo, en los últimos años
de su vida. Y por supuesto quiso dejar constancia de que nadie en este o en
otro mundo, lo habría hecho de forma más perfecta.
Y es que es aquí
donde encuentro mis diferencias con otras corrientes de opinión: mientras que
algunos piensan que El Comendador es su padre ( teoría con multitud de
versiones sobre qué pretende ), yo veo a Mozart en esa estatua, enfrentándose
al final, con las otras dos caras del autor, el propio Don Giovanni y
Leporello, Mozart ha encontrado, al fin, el modo de expresar la lucha, una
lucha cansina, pesada, duradera, que en su interior se produce al contemplar
que en su intento por alcanzar un ideal, se queda a medio camino desde su
futilidad.
Mozart se
ve a sí mismo como un ser trivial, con habilidades que nada tienen que ver con
el alma, gracias a las cuales sobrevive al ningún sentido que parece tener su
existencia ( Don Giovanni ), y que en su infinito afán por llegar a ser un
hombre de luz y de bondad, el fin último pero imposible de su lucha ( El
Comendador ), se queda a medio camino ( Leporello ).
Con Leporello Mozart
va más allá; representa a todos los "Leporello" de la tierra, porque
todos tenemos un mucho, para el genio de Salzburgo, de quedarnos a la mitad.
¿Cuántas veces terminamos, cuántas lo conseguimos? Las personas que caminamos,
respiramos, vamos y venimos lo hacemos en un contexto de búsqueda que rara vez
llega a su fin. A lo largo de toda la
obra el sirviente es dibujado como alguien que duda, que vacila, que nada
entre dos aguas porque no sabe o no puede tomar partido y, cuando lo hace, lo
hace a disgusto. Leporello no está conforme con las tropelías de su amo, pero
mientras se atreve y no a reprochárselas, le es fiel. Y cuando no lo es tiene
miedo. En "Gia la mensa e preparata", el aria, tal vez, que mejor evoca mi tesis,
canta con Doña Elvira mientras le imagino firme, junto a su amo, mientras su
amo respire. Leporello es constante contradicción, y eterna confusión.
Don Giovanni conoce
un sinfín de tretas para salir victorioso en sus distintas formas de hacer el
mal, la mentira, la soberbia, incluso el asesinato, si bien éste se produce en
un modo que sugiere que más que querer matar, se ve obligado.
Tiene sentido, puesto que para Mozart la existencia de Don Juan es tan banal,
tan hueca, que algo tan oscuramente inmenso como el asesinato no tiene cabida
en él, y sólo mata al Comendador ante el miedo de ser descubierto. Su miseria
no es su arrojo, sino su indiferencia por lo que ha hecho, sin un sólo
remordimiento con el paso de los días. Don Giovanni no engaña a las mujeres,
sino a sí mismo, poniendo un velo de trucos, artimañas y palabrería que cubre
su insignificancia, y jamás formará parte de algo que que lo eleve
como ser humano, ni será capaz de situar su ser en un plano espiritual,
que lo proteja de su indecencia. No hay nada más bajo que Don Giovanni, ni nada mejor dotado para no parecerlo.
El Comendador es la
aportación idealista a una obra negra, bañada de seres imperfectos y donde su
figura choca tanto, que muere enseguida. Firme en la tierra y en el cielo,
porque si no dudas no lo haces frente a nadie, en este caso el
personaje sí trasciende de lo terrenal, y no porque vuelva de la muerte, sino
porque ya en vida su claro posicionamiento en el bien frente al mal le sitúan
en un plano superior. Así que, cuando muere, Mozart necesita que vuelva para contarle al
mundo que ese, era su anhelado e imposible deseo, y que viene, a pesar de no haberlo conseguido, a prevalecer sobre sus otras dos figuras. Después
de todo, ha ganado el bueno, aunque para ello haya tenido que morir, y en
cualquier caso de un modo extraño porque gana su yo perfecto, pero él muere con Don Giovanni. Es su modo decir que aunque de un modo simbólico, el bien
tiene que prevalecer sobre el mal, aunque yo en vida no haya predicado con el ejemplo.
Don Octavio podría
ser un personaje bandera del honor y la rectitud, y sin embargo no es
igual al Comendador; da Ponte llega a burlarse de él, cuando una y otra vez,
jura, promete, asiste, está.. pero más allá de apoyo moral, su intervención es
intrascendente. Y Mozart también, y utiliza el sentido del humor de un modo muy sutil y muy
negro, cuando bromea con la muerte y con el engaño frente a señores tan serios
como Don Octavio, que encabeza la lista de personajes justos de la tierra cuyo
paso por nuestras vidas será, de lo más intrascendente.
Doña Ana es la
víctima más evidente del monstruo, ya que es algo más que engañada, además de ser
la hija de un padre asesinado. La obra no se burla de ella, a diferencia de su
Don Octavio, sino que la sitúa en el plano de la justicia ( frente a la
injusticia ), y como portadora de un grito de esperanza, heredera, con
seguridad, de lo que en la obra simboliza su progenitor.
Y aún tendrá otra, porque siempre hay esperanza para quien la busca, pero ninguna para quien nació desalmado. Es la propia muerte quien le ofrece vivir, pero los ojos de Don Giovanni no ven más allá del círculo cerrado de sus propios deseos, y son incapaces de contemplar la luz que da paz y tranquilidad, a quienes pueden verla. Don Juan muere rabioso, desconcertado, como cuando a un niño le quitas un juguete a la hora de cenar, y no sabe por qué. Mozart sabe que terminará sus días siendo Don Juan, que nunca lo conseguirá, o mejor, siendo Leporello, un vago intento de ecuanimidad que agrada a los menos lúcidos pero que no satisface, por su inconsistencia, a los más íntegros. Y sabe que jamás será para su público, aquel a quién ve si cierra los ojos. Sabe que será Comendador sólo si cierra los suyos, pero no en su vida mundana, en la que otras prioridades le ocupan:
"Viva le femmine, viva il buon vino, sostegno e gloria d´umanitá", ... una racanería existencial que, para infortunio de nuestra especie, sabe defenderse del paso del tiempo.
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